Una nueva generación de futbolistas está a punto de conseguir lo que solo una generación peruana logró en cien años: llevarnos a dos mundiales consecutivos. Ocurrió entre 1978 y 1982, con Teófilo Cubillas, César Cueto y Juan Carlos Oblitas. Todos hemos visto incansablemente los videos grabados cuando la televisión a color recién comenzaba en la industria. Los años pasaron, el fútbol cambió, y nuestra historia en los mundiales desapareció por más de tres décadas. Y ahora una nueva generación está a punto de, al menos, tocar esa divina y luminosa gloria dos veces. Si miramos atrás, tan solo fijándonos en un frío resumen de Wikipedia, tal vez podamos entender la larga hazaña. Ocho años que no hemos dejado de celebrar. No es poco


En 2015, Copa América, 3er puesto.
En 2016, Copa América, 5to puesto.
En 2018, Mundial en Rusia luego de 36 años.
En 2019, Copa América, Subcampeón.
En 2022, repechaje para el Mundial en Qatar.


¿Es este grupo una generación dorada? Wikipedia nos diría que sí.


Pienso en Cueva ahora. No hay manera de entender el éxito de esta selección sin él. No me sorprende que la selección tuvo un mal inicio de clasificatorias cuando Cueva precisamente estaba en una nube existencial y futbolística. Los peores partidos de Perú al inicio ilustran cuánto su juego influye en el equipo. Es como si el alma de un estilo desapareciera cuando su camiseta no está dentro del césped. Ha sido tan decisivo que cuando intento recordar los momentos más simbólicos de Perú en estos últimos años, su figura aparece gambeteando, llevando el balón mientras su mente viaja a mil por hora para tomar la mejor decisión posible, y dando el pase tan bien calculado como una fórmula matemática procesada en un superordenador. No es normal que alguien genere goles emblemáticos tan a menudo.

Cueva desbordando por la banda izquierda y dando un pase sin mirar cual Ronaldinho a Jefferson Farfán frente a Nueva Zelanda. Gol. Mundial.

Cueva llevando el balón en Barranquilla como Maradona frente a Brasil y dando un pase milimétrico a Flores. Gol. Quinto lugar.

Cueva dando un centro a lo Cubillas para Lapadula hoy frente a Paraguay. Gol. Repechaje.

Cuando el resumen de esta nueva generación dorada pase a ser una colección de clips recordando la enorme calidad que este equipo tuvo durante una década, muchos empezarán a darse cuenta de que su talento estaba a la altura de los mejores jugadores del mundo. Merece nuestro agradecimiento. Cueva ya tiene un lugar en el podio de los Diez más decisivos en la historia del fútbol peruano. El penal fallado contra Dinamarca es solo una anécdota. O quizá lo ha transformado en un fuego interno que ilumina su talento. Un nuevo mundial quizá lo espera.

Y es curioso hablar de Cueva sin pensar al mismo tiempo en Gareca. Todos sabemos la historia del padre y el hijo pródigo. Esta clasificación realmente parecía muy difícil seis meses atrás. ¿Quién lo hubiese pensado? Me quedo con una frase que mencionó en una de las entrevistas en Argentina previo a los últimos seis partidos de esta eliminatoria. “Es importante que en el sprint final nos agarre bien”. Poco se ha hablado me parece de qué hay detrás de su manera de dirigir. Podría resumir varias frases que podrían bien ser consideradas como sentencias de liderazgo. “Si encuentras algo que funciona, nunca más lo toques”. Varias veces mencionó que una vez que sintió que había encontrado el equipo, mantuvo básicamente a toda la columna vertebral, aun así los rendimientos de algunos jugadores no fuesen los más óptimos o ellos mismos fuesen a competir a ligas menores. Funcionaba. No había por qué experimentar. Y tuvo razón.

En Argentina, Gareca dejó ver mucho cuál es su manera de entender el fútbol. Un ferviente defensor del estilo sudamericano. Esa es una de las razones de por qué encajó tan bien en la selección peruana. Cuando llegó, mencionó varias veces que quería que se recobrara el estilo peruano que él vio en los ochentas y cuando dirigió acá al mando de Universitario. Posiblemente cuando vio a Cueva intuyó que ese pequeño muchacho pícaro con el balón podía ser la llave que permitiese abrir la puerta de la habitación perdida. Cueva es el estilo del fútbol peruano que nosotros habíamos perdido como identidad. Y no me refiero solo al estilo de la gambeta, el talento, pase, y precisión. Es la actitud de enfrentar a cualquier rival con la misma autoestima como cuando enfrentas un partido de calle. Es la elástica de Uribe en París enfrentando a Platini. Esa soberbia y ese arrojo de crear arte en medio del vértigo de lo desconocido. Y sobre todo, de relucir en los momentos más difíciles. Mucho se ha dicho de que esta selección se recompone en la adversidad. Y eso se debe quizá a esa impronta que el juego de Cueva trasmite y ha trasmitido durante estos últimos años.

Por supuesto, el logro de esta selección es colectivo. No solo de un técnico y un magistral diez. Allí están Tapia, Gallese, Yotún, Trauco, Advíncula, y hoy por hoy Lapadula. Estuvo Guerrero. Si llegamos a un mundial consecutivo, sus nombres quedarán grabados en los numerosos y futuros clips de televisión y Youtube recordando un envidiable récord de logros que muy pocas selecciones han alcanzado en una década. Perú con Gareca ha ido superado objetivos y pocos realmente lo enumeran. De pasar terceros a subcampeones en Copas Américas, o de ir a un mundial y repetirlo dos veces. Solo generaciones doradas. Lo hermoso de esta historia es que, una vez que esta generación de futbolistas ceda su lugar a otra, habremos recuperado no solo una identidad, sino también un espíritu.

Pero eso pertenece al futuro. El presente es aún hermoso para nosotros, y nos tiene a millones de peruanos a pocos pasos de palpar la gloria de nuevo.

Perú en un mundial.

Acostumbrémonos.